10 ene 2011

Monstruos.



La despertó su aliento de alcohol y tabaco y su cuerpo comenzó a temblar. Ahogó como pudo los sollozos porque no quería que sus hijos la oyeran. Intentaba desvestirse antes de que él le hiciera más daño arrancándole la ropa, mientras él forcejeaba y la insultaba y se enfadaba cada vez más.

La poseyó con violencia, pero ella todavía no sentía el dolor físico, eso llegaría después, ahora se desesperaba con sus gemidos y sus insultos temiendo que los niños pudieran oírle.

El suplicio duró unos minutos eternos, los que tardaron en llegar los golpes y una nueva avalancha de insultos, hasta que, agotado, se quedó por fin dormido.

Se levantó en silencio, se echó por encima lo primero que encontró, se limpió la cara de babas y sangre y se acercó a la habitación de sus hijos con el corazón encogido.

Comprobó aliviada que dormían y regresó a la cama.

Se despertó llena de angustia, estiró con miedo la mano hacia el otro lado de la cama: él todavía no había llegado.

(Avelino Vallina, de Ebude)

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